¿Puede una televisión de carácter nacional, como Tele 5 hacer que toda su parrilla se base en el eventual éxito de un único programa? Evidentemente si. Las razones son más que claras: porcentajes elevados de share, toda una horda sistemática de espacios dedicados únicamente a dar más publicidad a su evento estrella de la temporada, y sobre todo, la completa constatación de que la exitosa telebasura se ha instalado en la programación de la cadena amiga.

Gran Hermano es, sin lugar a dudas, más que un evento sociológico, como lo definió el profesor Gustavo Bueno (los efectos de la senectud son evidentes) una demostración viva de la carencia de ideas, de la carencia de ética y sobre todo lo demás de que la Generación Papichulo (a la que definiré con más detalle en su día, pero para los no iniciados, grupo de personas entre los 15 y los 30 años que tienen como meta en la vida ser famosos y descargarse tonos, politonos o realtonos de cualquiera canción de moda) necesita retroalimentarse de sus propios héroes.

Lo que empezó siendo una especie de gracieta superpopular que desmontó varios de los planteamientos televisivos anteriores a su primera edición se conviertió a pasos agigantados en el perfecto ejemplo para que una cadena televisiva tenga éxito. Multitud de subproductos se han originando tomando como partida el experimento sociológico en cuestión. La cadena amiga nos bombardeó con la versión para caspa-famosos «Hotel Glam» o «Gran Hermano VIP», mientras que su rival (siempre a contracorriente, y con resultados mucho más sonrojantes) nos atemorizó con la versión motorizada: «El bus», la versión psicotrópica «El castillo de las mentes prodigiosas», la versión selvática-bikinera «La isla de los famosos», y ahora contraprograma con más pena que gloria con «La granja». Mención aparte merece «Operación Triunfo» que lleno de gloria a nuestra querida y despilfarradora televisión pública.

Pero lo que nos ocupa en la actualidad, es la actual edición del concurso televisivo por excelencia de lo que va de siglo para la televisión española. Ni mucho menos quiero rebajarme a contar uno por uno a los distintos participantes-concursantes, puesto que su nivel intelectual es considerablemente similar al de los miles de directores que alegremente veneramos en esta humilde web.Pero es bien cierto que la cantera de Gran Hermano, como todo amante de la caja tonta sabe, es de esas que ríanse ustedes de la del Athletic de Bilbao: desde la inefable representación de mi paisano Israel Pita, o el mítico «quien me pone la pierna encima para que no levante cabeza» que popularizó Jorge, o el genuino representante del maltratador ibérico don Cal.loh Yoyah, hasta la incontestable mujer-florero Vaquita, digo… Fresita. No obstante, esta edición supera con creces a casi todas las demás: hay otro ourensano, en este caso fémina, Cristal (otra representante de la Generación Papichulo), un taxista, una diseñadora de moda con acento, grotescamente exgerado, asturiano, un transexual que estuvo en el ejercito, un banquero, un taxista, dos metrosexuales, una modelo, una legionaria… vamos… ni Pedro Almodóvar podría imaginarse un reparto así para uno de sus truños sistematicamente alabados por la crítica. Todos estos personajillos detestables capitaneados por Mercedes Milá (quién te ha visto y quién te ve) y jaleados por todos los demás sonrojantes programillas asociados de Tele 5… «A tu lado», «Crónicas Marcianas»… O sea, que ni comites de sabios ni gaitas, la telebasura definitivamente es el leit motiv de la televisión privada que propone aquello de 12 meses, 12 causas (toma hipocresia).

En definitiva… come, come nuclear bomb!!