Cuatro locas vociferantes discuten sobre el tamaño del miembro viril de un casposillo famosete de esos que adora con vehemencia la generación papichulo; mientras tanto la cámara se aproxima a una loca que baila encima de la mesa que separa a las/los contertulios… el climax de la discusión de verduleras se acerca a una orgía de decibelios… de repente todas las camaras se giran a un personaje que anteriormente sonreía con gesto complaciente… el público idiotizado se calla… la tensión se incrementa con una música que es más propia de una película de terror (Psicosis, por poner un ejemplo)… el hombre hace un gesto característico y dice: George Bush, eres un hijo de puta… la música, el público, todo el mundo explota en un estruendo de palmas, silbidos y gritos… mientras, el televidente sonríe y dice… ¿ésto es real?… Desgraciadamente si.
Ese ínclito personaje, Javier Sardá, es el creador del más exitoso late night jamás realizado en la historia de la televisión española, superando a los anteriores productos que popularizó Pepe Navarro años atrás, y todo ello con una formula grandiosa: jalear el instinto más primario de la audiencia y de paso, lobotomizarla con una demagogia absolutamente desquiciante.
Lógicamente, el fenómeno crónicas, no se puede entender, sin aceptar la enorme suerte que tuvo nuestro particular reverendo catódico en aprovechar el incremento de dos factores en nuestra televisión:
-En primer lugar, la demostración que la prensa del corazón se ha instalado definitivamente en las diversas programaciones de los canales televisivos pero con un particular condicionante que la diferencia de su homóloga de papel… esto es, se elimina el componente de glamour que pudo tener en un pasado lejano, y se le sustituye por el de caspa, pero de un modo rancio y cañí, a la española, vamos.
-En segudo lugar, el capturar con gran inteligencia los leit motiv de la generación papichuloy aplicarlos a su programa televisivo de manera que se crea una situación de comunión entre el público, que fundamentalmente es joven, y los vomitos que los guionistas escupen en los diversos crónicas, originando una situación de complicidad que crea un particular síndrome de estocolmo/adicción entre la audiencia del programa de modo que es imposible no perderse uno solo de los programas para evitar ser tachado de demodé o sencillamente, de no estar en la onda.
O sea, la telebasura ya no como medio para alcanzar los índices de audiencia elevados que se pretenden, sino como fin último de un grupúsculo de personajes que se la dan de progres/ídolos de una generación de descerebrados pegados a una televisión que ríen embobados ante las ocurrencias de estos payasos que no merecen desprestigiar la noble profesión de hacer reir. Sólo una cadena (la cadena amiga) permite que esta basura infecta se nos meta por los ojos y nos aterrorice todas las noches con sus debates absurdos que tienen a Gran Hermano, toreros, sexo a raudales, imitaciones que se repiten, cantantes folclóricas, política de patio de colegio como sus temas más recurrentes.
Por último, sigo diciendo que el próximo paso es retransmitir la muerte en directo, y espero no ser agorero, pero el programa que tiene todas las papeletas para reproducir ese evento es Crónicas Marcianas, sazonandolo de un desnudo made in Boris Izaguirre y de una imitación de uno de esos freaks de los que tantas veces se ríen estos particulares genios de la coprofagia televisiva, algo a lo que se prestará el inefable Carlos Latre, mientras tanto Sardá le tocará una teta a Rocío Madrid y todos nos reiremos, embobados, diciendo, esto solo pasa en la tele.
Gritemos todos: ¡Viva la Mierda!