Con uno de los títulos más cochambrosos de la historia del cine, este film protagonizado por el inefable Lorenzo Lamas y escrito y dirigido por Nick Rotundo (subnormal rotundo diría yo) narra la venganza del general Parmenion 2000 años después de su muerte (?) contra el que supone que es la reencarnación de su traidor y asesino; Alejandro Magno (??), un policía del siglo XX con poderes psíquicos y hábil espadachín (???)
No, yo tampoco me he enterado de nada, pero he aquí una película que no podía faltar en esta web y que, haciendo un esfuerzo sobrehumano, intentaré descuartizar. Eso sí, con la ayuda de un psicoanalista y una buena dosis de Prozac.
La verdad es que es difícil poner las cosas mentalmente en orden para hacer esta reseña tratándose de una bazofia maloliente donde los delirios del guionista se entremezclan con las sobreactuaciones de un reparto de serie-Z total y un ritmo lento e irritable. Para decorar este soporífero pastel, nos hemos de tragar además al tontolculo de Lorenzo Lamas repitiendo el papel de policía gladiador (ya ésta es la segunda parte de «The Swordsman«), para asombro de algunos. O sea, que se trata de un churro en toda regla.
Centándronos en el argumento, la auténtica espada de Alejandro Magno, que guarda poderes sobrenatulares, es robada de un museo con la colaboración del mismísimo director para utilizarla en luchas clandestinas de gladiadores urbanos. No, esto no tiene nada que ver con Maximus «El hispano» y los leones devora-cristianos, se trata de peleas ilegales en los bajos fondos donde el dinero sucio de las apuestas corre a tutipleni.
Nuestro héroe favorito, el poli Dalai-Lamas, sigue el rastro de estos combates mediante poderes paranormales, transportándose mentalmente a la época romana donde eran habituales las luchas de gladiadores, y saber así el modo en qué actúan estos mafiosos de tres al cuarto. Que conste que no me invento nada. Hacia el final de esta fantochada descubrimos que todo es una trampa de uno de los gángsters, que curiosamente es la reencarnación del general Parmenion, un personaje nacido después de los dolores para atraer al poli de Raticulín, ya que según él cree que es el descendiente más directo de Alejandro Magno y así poder vengar su propia muerte. Así pues, Parmenion se las arregla para que el policía gladiador luche a muerte contra su imbatible protegido, el mejor luchador de la ciudad. Cágate lorito!
Y bien, creo que no hay nada más que añadir para demostrar que esto es infumable. Aun así, las escenas de lucha son entretenidas por lo chorras que llegan a ser, y sobre todo por la serie de esperpénticos personajes que desfilan por este circo en plan Pressing Catch: el Ninja, el Verdugo de la Edad Media (con una acha que es la envidia de Gimli), Michelangelo de la Tortugas Ninja, Shaquille O’Neal, el calvo del espacio exterior, Ronaldinho y mi favorito; el luchador mongol de Mongolia llamado… Mongol. Sí, tal cual. Seguro que el guionista pensó en sí mismo para darle nombre. El pavo mide dos treinta y tiene un sable más grande y afilado que el de Rocco Sifredi, por lo que no tiene problema alguno para plastar a sus adversarios. Los Sacamantecas contra éste no rascan bola, vamos.
Una incógnita: al final, después de sufrir todo este tostón como un condenado, no me quedó claro quién era en realidad la reencarnación de Parmenion: el mánager de Ronaldinho (el director del museo) o el mánager de Mongol (interpretado por James Hong con unos bigotes matadores postizos). Pensándolo bien da igual, no me atrevo a volver a poner este vídeo en el reproductor para salir de dudas, más que nada porque ya ha ido a parar al vertedero.
Ahora necesito unas vacaciones para desintoxicarme, hablo en serio, mi neurona lo agradecerá. Y luego dicen que fumar mata.
P.D.: Si alguno se niega a visionar esta peli porque Lorenzo Lamas le da grima, puede probar con «G2: la espada del poder«, que es la misma historia, pero con diferente actor. Increíble.