Después de tres meses sin ver la tele (sí, después de 21 años funcionando el aparato se rindió y decidió no hablar más) me pongo a ver cualquier programa y una marea de anuncios me inunda, me desborda. Decilitros, litros, toneladas de perfumes, cada año más imposiblemente horteras, si es que un perfume puede ser hortera. Si no sabes que regalar, puedes ofrecer a tus seres queridos, o no: gasas, nubes, gotas de rocío, pétalos de amor, aromas de felicidad, deseos de sándalo, esencia de mar y cielo…

… modelos de morros hinchados, decorados de croma, lluvia cayendo sobre las calles de París mientras los enamorados cruzan un puente, en definitiva, una diarrea mental que lo flipas, mientras los de Ikea te recuerdan que no tienes ni amigos ni personalidad, pero que si te compras un puto colchón estampado seguro que las dos cosas te aparecen de repente; envueltas en gasas, nubes y gotas de rocío, no te jode.

Pero todo esto tiene una tregua, bueno, si no la tiene me la doy yo, que ya es hora de dejar de ver la tele: pasado mañana se acaba la Navidad, y con ella los anuncios de perfumes, y como dicen en mi pueblo: Dios vaia con eles.