Hubo una vez un videojuego que llenó las antiguas salas recreativas -sustituidas hoy por cibercafés o tiendas de artículos chinos-. Un videojuego que nos hablaba de la necesidad moral de sacudir ostias a gentes de cualquier rincón del planeta. Un videojuego que engulló indiscriminadamente nuestras monedas de cinco duros, que cosumió nuestras horas, que puso en peligro nuestro rendimiento escolar -vamos, de los que lo tenían-. Un videojuego que se convirtió en un fenómeno sociológico… Esto es, Street Fighter.
Si además tenemos en cuenta que su éxito coincidió con la emisión de Bola de Dragón -al menos, aquí en Valencia-, se comprenderá que una generación de niños y adolescentes estuvimos al borde de convertirnos en lunáticos, en una horda de chalados que simulábamos patadas voladoras y «kamekames» por las calles.
Alguna lumbrera vio el tirón que tenía el jueguecillo de peleas, y pensó, «¿Y por qué no hacer una película?». Y así le fue. Porque Street Fighter es una de las piezas prominentes de ese fascinante género cinematográfico basado en los videojuegos.
Bueno, una simple ojeada a los créditos ya resulta muy reveladora. En primer lugar, la película está protagonizada por un intelectual de la talla de Jean Claude Van Damme. Pero además nos encontramos con que el director y guionista es Steven E. De Souza, perpetrador de un sinfín de engendros para consumo televisivo -tal vez lo único pasable que haya hecho este hombre sean La Jungla de Cristal y Límite 48 Horas-. Así que ya desde un principio el asunto promete…
De todas maneras, sería injusto por mi parte no reconocer un hecho; Street Fighter es meticulosamente fiel al videojuego que le sirve de inspiración. Así, éste carecía de cualquier cosa que recordase lejanamente a un argumento; lo mismo sucede con la película.
La pena es que no puedo comentar esta magna obra del cine con mucha profundidad, puesto que la vi hace unos ocho años… Y no, no pienso volver a verla; no hay motivo que justifique algo como eso.
Si no recuerdo mal, Street Fighter pretende contarnos la historia de una malvada organización internacional -comandanda por el inefable Mr. Bison- que ha tomado rehenes y pide un demencial rescate por ellos. Para enderezar la situación están los buenos, un grupo variopinto de personajes entre los que tenemos a un coronel del ejército -Van Damme-, unos periodistas que buscan venganza… La trama resulta en general bastante previsible, y por supuesto, como en cualquier película de este tipo, avanza a mamporro limpio.
Pero lo más divertido reside, sin duda, en la caracterización de los personajes. Ver a los luchadores del videojuego transformados en individuos de carne y hueso es poco menos que desternillante. Ahí tenemos a Zangief, convertido en el típico musculitos sin cerebro -y que acaba pasándose al bando de los buenos, por cierto-. Chun Li tampoco desperdicio… Y Mr. Bison daría para escribir un comentario completo. En serio; verlo utilizar sus botas voladoras -relucen y llevan una especie de reactores en los tacones- resulta todo un espectáculo, un homenaje al anticine más lisérgico y casposo. Y su ¿pelea? ¿actuación cómica? ¿ballet conceptual? con el protagonista Van Damme es la escena inolvidable en la que culmina esta increíble película.
Un par de detalles. Los soldados de Van Damme usan unos llamativos uniformes de color azulado; está visto que en su ejército el camuflaje no es una cuestión que preocupe demasiado. Y lo de la pelea de Zangief contra Honda, mientras de fondo suenan rugidos…, mucho para el cuerpo.
Como conclusión: fans del anticine y las drogas duras, no podéis perderos Street Fighter.