** Esta perla en bruto es un comentario que nos ha dejado nuestro asiduo visitante Eye del Cul en nuestro artículo sobre este bodrio… como comprendereis, dejar que se quede perdido entre comentarios antiguos no es bien **
Ayer mismo nos juntamos tres personas para ver estas nuevas aventuras de Megatiburón. En versión original subtitulada, como corresponde a una obra de este calibre. Ahí estábamos nosotros, con unas gafas de pasta cada uno: “¿No es esta escena un sutil homenaje a El Acorazado Potemkin? ¿Están los temores más profundos de la sociedad occidental reflejados en un tiburón gigante que come barcos?”.
Bueno, el caso es que no la encontramos doblada. Tampoco me quejo: sin doblaje compruebas hasta qué punto son cochambrosos los cinco o seis actores que llevan en realidad la película. Están hablando de cómo detener a dos bestias prehistóricas que amenazan la civilización, pero viéndolos queda claro que piensan en otras cosas: en la lista de la compra, en el rescate a Grecia, o en que el cine es una mierda y tenían que haber buscado trabajo en la minería del carbón.
Momentos alucinógenos:
* La protagonista no sabe que es un Megalodon: “soy oceanógrafa, no paleontóloga”, dice la muy fistra, y se queda tan ancha. Claro, sólo es uno de los bichos más famosos y llamativos de los océanos prehistóricos, ¿por qué debería conocerlo?
* La protagonista no sabe distinguir un pulpo de un calamar. Oceanógrafos 0 — Abuelas de la cola de la pescadería 1.
* El tiburón persiguiendo al submarino de nuestros protagonistas es uno de los momentos más estúpidos de la película; casi pegadito a la popa pero sin poder alcanzarlo. Sin embargo, sólo unos minutos antes se dice que Megatiburón, si quiere, puede nadar a 500 nudos; es decir, casi 1000 km/h. No debería tener entonces ningún problema en capturar al submarino y –como suele hacer con todos los objetos metálicos– comérselo. Bueno, el problema está en guionistas mongoloides que ni siquiera se molestan en seguir sus propias reglas.
* Nuestros “científicos” jugando aleatoriamente con líquidos de colores, como niños con el Quimicefa: “si mezclamos un ácido y una base, y añadimos bátido de plátano, ¿que pasará?”. Punto extra porque la idea de sintetizar feromonas sólo se les ocurre a mitad de su investigación, así que, ¿qué coño estaban haciendo antes? ¿Fingir que trabajaban en algo para que su jefe, un cocainómano con coleta, no los castigue? Si es así, harían carrera en cualquier empresa española.
* Esperad, ¿sintetizar feromonas de animales prehistóricos? ¿Y una misma feromona para tiburones y pulpos? ¿Comorl?
* Ante la lógica pregunta del energúmeno de la coleta, “si echamos las feromonas en San Francisco y Megatiburón está de fiesta en Alaska, ¿cómo va a olerlas a través de tantos miles de kilómetros?”, una respuesta épica: “si usted se hubiese pasado millones de años congelado, ¿no estaría ahora un poco cachondo?”. Jooooooder…
* Por cierto, en algún momento, sin venir a cuento, a alguien se le ocurre que “tiburones y pulpos son enemigos naturales”, y por eso Megatiburón y Megapulpo se odian con todas sus ganas. La conclusión que uno saca de esto es un poco inquietante: la humanidad vive feliz e ignorante de una guerra total que se desarrolla en todos los mares del planeta, tiburones contra pulpos. Sí, incluso ahora, mientras leéis estas líneas. En este preciso instante una brigada de pulpos podría estar despedazando a un tiburón-ballena sin que el alto mando tiburonil pueda evitarlo. Pensad en ello.
* Hay escenas que transcurren dentro de un laboratorio de la marina estadounidense, o algún otro sitio similar con ordenadores, gente de uniforme y alta tecnología. Los planos exteriores del lugar, en cambio, muestran una corroída fábrica de cemento (!!!).
* Otra conclusión interesante: a los monstruos gigantes prehistóricos les encanta comer metal. De otro modo no se explican sus ataques constantes contra puentes, aviones o barcos de guerra. Ah, no os hagáis ilusiones, he dicho “ataques constantes”, pero la película sólo muestra dos o tres. Porque:
* Para acabar: Megatiburón y Megapulpo son un timo. Dos monigotes animados con un Commodore 64 que aparecen, siendo generosos, en cinco minutos de metraje, y a menudo repitiendo tomas sin la menor vergüenza. ¡Larga vida al cutrerío de The Asylum!
Ala, ya me he desahogado.