Como diría H.P. Lovecraft, en este mundo existen horrores que jamás deberían ser vistos por ojos humanos; imágenes que dejan nuestros cerebros entumecidos por tanta demencia… Y claro, uno de ellos es esta película.
El que hayan personas que escriban, produzcan y rueden este tipo de filmes es un hecho muy revelador de la condición humana. El que además se atrevan a hacerlo con un presupuesto que apenas daba para cuatro cafés escapa por completo a mi comprensión… Sea como sea, El Hijo nº 13 existe.
Por suerte, apenas dura 90 minutos -o eso me pareció leer en la caja, porque delante del televisor me parecieron muchos más-. Pero en esa hora y media descubriréis nuevos abismos de aburrimiento; la cosa viene a ser como el capítulo más gastado y menos imaginativo de Expediente X narrado por un guionista en coma cerebral. Además, el «trabajo» de los actores consigue hacernos añorar las alturas interpretativas de los culebrones venezolanos… En serio, parece que estén drogados o algo así; vale que nadie puede entusiasmarse con un bodrio como éste, pero precisamente a un actor se le paga para eso, ¿no?
La historia nos narra las andanzas de una detective rubia, que sigue los pasos de una extraña criatura asesina llamada «el demonio de Jersey». Luego, al avanzar la «pinícula», nos enteramos de que este demonio responde al simpático nombre de ¡Bruno! ¡Vaya por Dios! ¿Primo hermano del Yeti, el Hombre de las nieves, conocido en la intimidad como Manolo? Ver para creer…
El bichejo hace pocas apariciones en pantalla (ya he dicho que el presupuesto de la película no es muy alto), pero desde luego valen la pena… Parece un monigote diseñado por algún artista fallero alcohólico, al que se le han metido un par de bombillitas rojas en los ojos, cual árbol de navidad. Joder, si es que no tiene desperdicio…
En fin, podría comentar más, pero no voy a hacer esta reseña más aburrida que la misma película. «¡Ya a la venta en las mejores gasolineras!»
Pues eso, que realmente da «ascor».